lunes, 23 de noviembre de 2009

Crítica de las concepciones de la Dirección del PTS


Este documento se terminó de redactar a fines de junio. Debido a la postergación de su publicación, con posterioridad se incorporaron algunos elementos que se dieron luego de esa fecha. Por tal motivo damos como fecha del documento el día de su publicación, 20 de julio 2004

1 - El balance que no fue, el estancamiento que nunca existió

Cuando comenzó la lucha interna, desde la minoría insistimos en una cuestión que para nosotros era central: la necesidad de un balance claro sobre la actuación del PTS desde las jornadas de diciembre hasta esa fecha. Efectivamente desde el Comité Ejecutivo y el CC habíamos convocado a una conferencia partidaria con el propósito definido de discutir y superar el estancamiento en que nos encontrábamos. Es más, en un borrador previo enviado al CC para su discusión se hablaba incluso de “crisis orgánica del PTS” lo cual revelaba la aguda crisis por la que atravesaba el partido, o cómo mínimo la sensación de estancamiento que anidaba en la dirección. Esta afirmación luego se cambió por la de “crisis de estancamiento”. Lo más extravagante de todo es que en el borrador de dicho documento no había una sola palabra, un solo renglón dedicado a realizar un racconto crítico de la actuación del partido durante los últimos dos años y medio. Cuando señalamos el asunto, se insertó de compromiso en el documento final un párrafo, extraído de una vieja circular interna del mes de septiembre del 2003 donde se hacía mención al “relativo obrerismo” y el vanguardismo y a la poca ideología socialista que se hacía cuando no había luchas. En el documento de febrero del 2004 de convocatoria a la conferencia se decía: “nuestro principal ‘error’ viene siendo ‘ser pocos’, tener relativamente muchos militantes pero con muy pocos simpatizantes...” Expresada de esta manera toda la discusión no tenía ningún sentido, o mejor dicho no tenía coherencia interna: el partido atravesaba una crisis de estancamiento, tan importante como para llamar a una conferencia especial. Pero a renglón seguido no se dedicaba ni dos párrafos a explicitar los problemas políticos, estratégicos, teóricos, prácticos o lo que fuera que nos habían llevado a semejante situación. La forma no se correspondía con su contenido. De la forma aguda de presentar el problema (“crisis de estancamiento”) no se desprendía más que un contenido superficial, ingenuo (“somos pocos”). Se reducía todo el diagnóstico a un problema que era más la consecuencia que la causa. La minoría rompió esta incoherencia interna del discurso de la mayoría de la dirección porque enfocó los problemas no desde las consecuencias epidérmicas, sino desde los problemas de fondo, cualitativos que explicaban la crisis: en el primer ascenso de masas que vivió el PTS desde su fundación en 1988 el partido mostró (a pesar de los aciertos políticos, esencialmente en relación a la política en Zanon) que aún conservaba una mentalidad de “pequeño círculo”, propagandístico, que no lograba reconocer los nuevos fenómenos sociales y establecer una política adecuada hacia ellos (asambleas populares, movimientos de desocupados), que conservaba de forma defensiva muchos rasgos sectarios que fue profundizando al calor mismo de la lucha política interna, que fue incapaz de alcanzar bloques y acuerdos políticos, y que su práctica estaba orientada más a ser consejeros de luchas de vanguardia que a realizar una labor partidaria de educación y politización de amplias capas de trabajadores y estudiantes. Asimismo mantuvo una pose doctrinaria, obrerista y dogmática, muy común en los círculos de propaganda, expresión de la inercia del período largo de retroceso en la década del ’90 en la lucha de clases y la crisis del marxismo que se profundizó en esos años. Lo que debíamos hacer era reconocer claramente los problemas, indagar incluso en nuestro arsenal teórico y estratégico y encarar de fondo las medidas necesarias para superarlo. Se trataba, en conclusión, de problemas políticos y teóricos, estratégicos y de concepción que todo partido que sea verdaderamente revolucionario debe reelaborar cuando atraviesa una etapa nueva de la lucha de clases. Una de las cosas que distingue a una dirección revolucionaria de una mentalidad conservadora, es su capacidad de autocrítica y de aprendizaje, sobre todo cuando está crítica surge de la realidad misma y sus procesos políticos. Cuando los bolcheviques fueron tomados por sorpresa en 1905 con la aparición de los soviets, aunque al principio los vieron con escepticismo, no se dedicaron a despotricar contra ellos o a esperar su desaparición, sino que comprendieron el carácter novedoso de lo que había surgido, y se volcaron a darle un contenido político revolucionario. La capacidad revolucionaria de una organización no se demuestra sólo en su programa o su participación en la lucha de clases, sino también y de manera a veces crucial, en su capacidad de corregir los errores, aprender de la vida real, y elevarlos a una nueva teoría más rica y en consecuencia más revolucionaria. La minoría puede haber acertado en sus críticas o haber estado totalmente equivocada, pero tuvo el mérito de haber planteado la necesidad de estudiar a fondo los problemas que habían llevado al estancamiento del PTS luego de dos años y medio de ascenso popular, de manifestaciones de masas, de nuevos fenómenos de la lucha de clases. La respuesta de la mayoría del CC fue la opuesta: conservadora y defensiva ante cualquier crítica que se le formulara, llamó a cerrar el debate sobre la actuación pasada con la excusa de que se reabriría en un futuro “congreso de julio” que ya se ha levantado. En la misma conferencia de febrero de 2004 Emilio Albamonte (el principal dirigente del PTS) tuvo que reconocer que dentro de la mayoría del CC no había acuerdo real sobre el balance partidario. Un sector de la dirección incluso, formuló en dicha conferencia la idea de que no había ningún error en la política del PTS, que había actuado bien en todos los terrenos y que el problema radicaba en que no había salido la clase obrera, que era la llamada a intervenir en la política nacional. Según esta visión, que en los hechos se fue imponiendo en la mayoría de la dirección, el problema era en un 99% producto de las “condiciones objetivas”. Nunca se había expresado un objetivismo fatalista y determinista con tanta fuerza en el PTS como en dicha conferencia. Debido a que el único balance serio era el de la minoría, la mayoría decidió que podíamos seguir viviendo sin problemas y rearmar la política del partido sin ningún tipo de balance. De hecho lograron imponer la idea absolutamente falsa de que la minoría, al criticar la actuación del PTS y hacer hincapié en el sectarismo, el obrerismo y el vanguardismo, no quería “ir a la clase obrera” o que era destructiva del partido y fraccionalista, porque insistía con “su” balance cuando se “había votado” discutirlo en el congreso de julio. Con este ardid la mayoría de la dirección aplazó para nunca discutir las bases reales del estancamiento. Hoy en el PTS no se habla más de ninguna crisis, ni de “calidad” ni de “cantidad” aunque es notorio que el estancamiento no ha sido superado; no se habla más de ningún error en la política ni en las bases teóricas o estratégicas, en fin, es tabú en el PTS hablar de algún error que no sean las apreciaciones superficiales (llamadas “autocríticas”) de la dirección. Durante el 2003, en diversos documentos plasmados en las Circulares Internas, se hablaba aquí o allá, de problemas para establecer bloques y alianzas, se reconocía aquí o allá errores sectarios frente a las asambleas populares y algunos miembros de la dirección coincidían en el sectarismo ofuscado de la mayoría y de su dirigente máximo frente al movimiento piquetero. En alguna que otra circular se decía que debíamos indagar teóricamente las cuestiones de partido, su relación entre espontaneidad y conciencia, en fin, nos invitábamos a un examen que intentara modificar nuestra propia práctica política. Todo eso se acabó en el mismo momento en que surgió una minoría que expuso claramente esas críticas, las hilvanó y les dio un sentido de fondo. La mayoría se abroqueló defensivamente, se sintió atacada, agredida por una pequeña minoría de compañeros absolutamente leales, fundadores del partido y militantes abnegados y comenzó rescribir un balance tan autocomplaciente, tan exitista que para todo observador mínimamente objetivo debía resultar al interior del partido una invitación al silencio. Luego de nuestra ruptura a principios de mayo, la dirección convocó a un congreso para junio y otro para noviembre, pero en ninguno figura en sus temarios el balance prometido. No existe tampoco ningún documento en el PTS que establezca debilidades y fortalezas, un examen sincero de los errores y fracasos del primer intento por intervenir en el movimiento de masas. Lisa y llanamente no hay balance. Hay complacencia y auto celebración y un profundo silencio sobre el trabajo político del período precedente. El último gran capítulo de éste método de esconder los balances, de no aceptar someter a escrutinio de toda la militancia e incluso de la vanguardia fue el silencio ensordecedor en torno al balance del conflicto de Brukman. Durante meses la actividad central del partido y de todos sus militantes fue el conflicto de Brukman. Festivales, guardias en la puerta de la empresa, recolección de fondos y todo tipo de actividades. Pero cuando el MNFR de Caro triunfó en imponer su propia política y el ala izquierda quedó en minoría, las noticias, informes y balances sobre Brukman fueron desapareciendo. Un borrador de balance del mes de enero fue cuidadosamente guardado por el ejecutivo que nunca más trató del tema. Cuando la minoría sacó a relucir el tema para exigir un balance, se volvió a mostrar el método pragmático, poco auto crítico de la dirección, que hasta el día de hoy no ha formulado su propio balance sobre la actuación política del PTS en el conflicto. La actuación del PTS en Brukman permitió imponer el método de la acción directa, la lucha de clases en lugar de la componenda con los funcionarios. Pero también es bueno saber la opinión de la dirección respecto a si era necesariamente inevitable el triunfo del “carismo” en la fábrica ocupada más combativa de todo Bs. As. ¿Actuó bien el PTS al respecto? Para salir del paso Emilio Albamonte en el CC del día 8 de marzo, según consta en las actas de la minoría, sostuvo que los balances, si no hay hechos de traición, se realizan, todo esto según Trotsky, un año y medio después. Esta respuesta es textual y figura en las actas elaboradas por la minoría (las únicas que existen) disponible para todo el que quiera verlas. No hacen falta más comentarios. Así la dirección del PTS no pasó la primera prueba que Lenin exigía a un revolucionario, reconocer e ir hasta el final en sus propios problemas y errores para resolverlos fácil y eficazmente. Refiriéndose a los izquierdistas alemanes y holandeses Lenin sostenía que “La actitud de un partido político ante sus errores es uno de los criterios más importantes y seguros para juzgar de la seriedad de ese partido y del cumplimiento efectivo de sus deberes hacia su clase y hacia las masas trabajadoras. Reconocer abiertamente los errores, poner al descubierto sus causas, analizar la situación que los ha engendrado y discutir con atención los medios de corregirlos: eso es lo que caracteriza a un partido serio; en eso consiste el cumplimiento de sus deberes; eso es educar e instruir a la clase, y después a las masas. Al no cumplir ese deber ni estudiar con toda la atención, celo y prudencia necesarios su error manifiesto, los “izquierdistas” de Alemania (y de Holanda) demuestran que no son el partido de la clase, sino un círculo; que no son el partido de las masas, sino un grupo de intelectuales y de un reducido número de obreros que imitan las peores deformaciones de los intelectualoides”. El PTS demuestra no haber entrado aún en el tránsito a ser un partido de la vanguardia obrera y de las masas, y no lo logrará con el actual curso de la dirección. Es sólo un círculo (ínfimo si se lo compara con los parámetros de Lenin que hablaba de “círculos” para referirse a los grupos de decenas de miles de militantes de la extrema izquierda consejista de Alemania y para hablar de líderes de la talla de Pannekoek) que no ha podido salir de ese estadio embrionario, entre otras cosas porque no cumple uno de los deberes fundamentales de un partido o grupo proletario: “reconocer abiertamente los errores, poner al descubierto sus causas, analizar la situación que los ha engendrado y discutir con atención los medios de corregirlos”.

2 - El sectarismo y la “lucha de partidos”

La discusión sobre las concepciones sectarias de la mayoría ocupó un espacio importante en el debate interno. Quisiéramos retomar aquí algunas cuestiones al respecto. Cuando la lucha por construir un partido revolucionario se reduce al programa de acción inmediato la razón de ser de un partido leninista de combate se pierde, puesto que no se eleva más allá de la lucha en curso. Por eso la reafirmación de la existencia del partido, de sus conquistas, de sus cuadros y dirigentes no proviene de sus objetivos estratégicos, sino sobre todas las cosas de una delimitación, muchas veces forzada, respecto de las demás corrientes en todo momento y lugar. Se cae así con frecuencia en la reafirmación del propio aparato como un objetivo en sí mismo. Toda ocasión de coyuntura es utilizable para establecer esta “lucha de partidos”. Así, al carecer de lo que debería ser la primera condición de los socialistas revolucionarios, es decir, una delimitación teórica y estratégica en torno a los grandes problemas de la revolución proletaria contemporánea, se la sustituye por aquella que proviene de divergencias de coyuntura. En ocasiones la “lucha de partidos” (que se refiere sobre todo a los “centristas” que compiten por el mismo espacio político y por lo tanto se transforman en los peores enemigos) se vuelve una delimitación permanente y sistemática sobre cuestiones menores. Las propuestas “unitarias” (incluida la unidad de partido) sirven sólo para sacarle militantes a otras organizaciones. Y los acuerdos están en primer lugar para “desenmascarar sus contradicciones”. Toda esta delimitación parece idónea como recurso para preservar el aparato de forma independiente y darle un sentido histórico y permanente.

Sectarismo en relación al movimiento piquetero

Una perspectiva tan limitada va a producir una mirada tanto o más estrecha, en la que se pierde toda objetividad y se piensa antes en una “lucha de partidos” más que en su relación con la realidad de la lucha de clases. Así sucedió en relación al movimiento de desocupados, al que la dirección del PTS prefería ver literalmente “desaparecer” y siempre pensaba que entraba en su fase de “crisis terminal” porque competía con el proceso donde estaba el partido: las fábricas ocupadas. Todo lo demás era distraccionista y molestaba. Esa “lucha de partidos” lo llevó a tener una actitud conservadora. El PTS no vio en el movimiento piquetero al sector de la clase obrera que se puso a la cabeza de la lucha luego de las jornadas del 19 y 20 de diciembre, junto con los trabajadores que recuperaron fábricas y las Asambleas Populares, procesos que los piqueteros apoyaron y defendieron. Luego, con el reflujo y la asunción del kirchnerismo, los piqueteros siguieron en las calles. Y la dirección del PTS esperando la defunción de ese “engendro” que se había creado por “fuera de la norma”. ¿Cómo se explica tan profunda hostilidad? Recordemos que en los primeros años, en el 1996 y ’97 con Cutral Có y Jujuy, hablábamos de una nueva clase trabajadora y hasta sacamos folletos propagandizando esos procesos. Pero luego, cuando la izquierda se volcó al mismo y conquistó posiciones, ya estaba en duda si los desocupados eran incluso parte o no de la clase obrera. Es poco serio esconderse en el falso debate de la administración de planes. Enfocando el problema de la intervención desde este límite -real-, el PTS hizo de esta premisa la excusa para darle la espalda al movimiento piquetero y al mismo tiempo le servía para delimitar a los “principistas” de los centristas. La dirección del PTS inventó incluso que es “de principios” que un militante revolucionario desocupado que es parte del movimiento no “administre” planes. Mal que nos pese, administrar planes es parte de la organización del movimiento de desocupados. De no haber logrado los desocupados conquistar esos planes, de no haber tenido el gobierno una política de contención al respecto, el PTS se hubiese evitado esta “molestia”. Las conquistas incluidos los planes, comedores, alimentos, subsidios y herramientas y la organización de los piqueteros en asamblea es un logro de toda la clase trabajadora. Lo que el PTS no podía responder era la opción de una administración colectiva y democrática por parte de los desempleados, sin ningún tutelaje, así como una orientación para unir efectivamente ambos sectores de la clase. Pero a la dirección del PTS no le importaba que el movimiento progrese, sino sólo justificar y racionalizar su propia impotencia. Un interés mezquino dejó pasar sin tomar parte el proceso de desocupados organizados más importante del mundo y un fenómeno de peso político fundamental en la Argentina de hoy. Para qué hablar durante años de la “nueva clase obrera” si no se la reconoce y se tiene una actitud conservadora frente a ella por cuestiones de aparato. Su política hacia el movimiento no pasó de una retórica de periódico. Para ella todas las organizaciones piqueteras -sin excepción- engordan sus filas con desocupados despolitizados, que no luchan por trabajo genuino y sólo se movilizan por planes. No vamos a dar cátedra al PTS sobre las profundas limitaciones con que choca un trabajador desocupado y que ya es un enorme paso el que da cuando se organiza. Otra cosa son sus direcciones, que las hay de todo tipo. Pero la tarea más sencilla es criticar las políticas de los otros desde el margen e incluso desde la tribuna. Al margen, o al otro lado, entre el PTS y el movimiento de masas real se abrió un abismo.

Sectarismo ante el análisis de la situación y las tareas de la clase trabajadora

En el documento de respuesta a nuestra Plataforma se dice sobre el frente único que sirve para “acelerar la experiencia política de las masas y/o vanguardia con sus direcciones reformistas o centristas”. Esto es profundamente equivocado. La táctica del frente único sirve, en primer lugar, para permitir a la clase trabajadora defenderse mejor de la ofensiva del capital, de los fascistas o del imperialismo, nace de profundas necesidades suyas y de los deseos y sentimientos de esas mismas masas. Lenin la planteó incluso contra la política de los reformistas de negarse a formar el frente único proletario frente a la burguesía al principio de los años ‘20. Esto es importante, porque la idea de la “lucha de partidos” que recorre toda la práctica del PTS lleva a formular la idea del frente único en manera inversa de como lo planteaba la III internacional, para la cual esta consigna representaba “la expresión sincera del deseo de oponer a la ofensiva patronal todas las fuerzas de la clase obrera” Sólo se puede barrer con las direcciones sindicales completamente corrompidas por el capital si se parte de las necesidades vitales y objetivas de la clase trabajadora. El desenmascaramiento de aquellas es un subproducto de su inconsecuencia y de la experiencia práctica de las masas que un partido revolucionario debe ayudar a acelerar mediante planteos prácticos adecuados que propongan audazmente más y mejores medidas para enfrentar la ofensiva del capital. Por supuesto que la táctica del frente único está subordinada a la lucha estratégica por el poder obrero, pero el terreno de la táctica puede ser de vida o muerte, como lo demostró Trotsky frente a la política criminal del estalinismo de negarse a realizar el frente único con la socialdemocracia para combatir el fascismo. Hoy por ejemplo es fundamental otro tipo de Frente único, el de la vanguardia antiburocrática y clasista, que en los últimos años viene ganando posiciones, pero que aún está dispersa y no logra transformarse en un polo político de peso en el movimiento obrero. Pero la lógica de la “lucha de partidos” llevado a su extremo ridículo impide toda formulación unitaria, fortaleciendo lo que muchas veces se criticó, la formación de “corralitos” de cada uno de los partidos. En conclusión, se proponen acuerdos y frentes únicos para “desenmascarar” a los centristas, nunca para que efectivamente se concreten y fortalezcan la lucha antiburocrática y clasista. Esto es importante porque de la concepción que se tenga de la política de frente único depende cómo los militantes establecerán la relación con la clase trabajadora y las masas. Si los objetivos son siempre en función de destruir al adversario o en función de las necesidades de las masas. Un buen ejemplo de esto que decimos es cuando en su respuesta a nuestra Plataforma sostienen que “en la universidad tenemos planteado combatir a brazo partido la degeneración de las corrientes de izquierda, en particular las que se dicen trotskistas ( ... ) Necesitamos todo tipo de tácticas orientadas a desenmascarar este doble discurso y ganar a los estudiantes de izquierda honestos”. Esto llevó al PTS - En Clave ROJA que está en el Centro de Estudiantes de Sociales de la UBA a una militancia de crítica y de oposición, pero absolutamente incapaz de mostrar como dirigir un centro de estudiantes según sus concepciones. El PTS en la facultad de Sociales en los últimos meses se ha vuelto pura impotencia. No es que no sea necesaria la crítica dentro del frente único, al revés, la presupone, pero el PTS prioriza sobre todas las cosas “luchar” a “brazo partido” (¿”brazo partido”?) contra “la degeneración de las corrientes de izquierda” y en particular contra las que se dicen “trotskistas”¿Es posible que nunca mencione al Centro de Estudiantes de Sociales como un frente único para impulsar la movilización de los estudiantes, para formar un polo alternativo en el movimiento estudiantil, en fin, utilizar el centro de estudiantes para fines progresivos y para difundir las ideas socialistas? Aunque podamos criticar por muchas cosas al PO, al MST o al Viejo Topo, está claro que esas corrientes, junto a En Clave Roja y ahora Praxisexpresan la extrema izquierda de la facultad y que un frente único de todos nosotros contribuye a izquierdizar a un sector del estudiantado. Así fue con el festival por Irak, con la campaña por el desprocesamiento de Martín y Sergio, el apoyo a todas las luchas obreras, etc. Trazar una política universitaria sostenida en que la tarea fundamental es la de “combatir a las corrientes de izquierda” es un grado de sectarismo pocas veces visto. Así invariablemente se ve al resto de las corrientes “en crisis con sus proyectos” desde donde parte la caracterización de que debemos “golpearlos políticamente” de la cual se desprende alguna “campaña para embretarlos” a partir de la cual se puede “ganarle sectores enteros” o como mínimo a “individuos”. Llegados a esta conclusión se les propone alguna actividad en común, por lo general para que no acepten y así poder “desenmascararlos mejor”. Así el partido puede “adquirir personalidad”, y sobre todo “mostrar superioridad” y en consecuencia “fortalecer a nuestros cuadros” en “lucha contra el centrismo”.Las condiciones objetivas no son las que imponen las tareas y las perspectivas de una corriente, sino que son una variable subordinada a la lucha de partidos. Y a todo esto la dirección del PTS le llama “leninismo”. Si se lo ve más de cerca el PTS no ha realizado ninguna “crítica ideológica” o política de fondo a muchos planteos de las restantes corrientes. No han sacado un solo material de polémica seria y profunda hace ya bastante tiempo, ni siquiera sobre el movimiento estudiantil. Tampoco ha publicado hasta ahora un libro sobre las experiencias de las fábricas ocupadas y en particular de Zanon, o trabajado el tema del movimiento piquetero científicamente para entrar seriamente en la polémica sobre el tema (tan tarde como abril del 2004 el CC discutió si los desocupados son o no parte de la clase trabajadora), y así otros tantos temas, aunque la dirección del PTS se la pasa diciendo que obviamente son “muy superiores al resto de la izquierda”. En realidad la idea de una “lucha feroz de partidos” sirve más que nada para aglutinar a la propia militancia, poner un límite artificial por anticipado frente a los demás y reafirmar así a cada paso la necesidad de la propia existencia. De hecho, en base a esta concepción, siempre hay que participar de cualquier evento manteniendo “diferencias” con el resto para no “diluirse”. Por eso nunca se puede reconocer las virtudes o los puntos fuertes de otras corrientes e incluso cuando se formulan planteos parecidos, siempre conviene modificarle alguna coma, para que resulte levemente distinto, haciendo de ese matiz una bandera de autoafirmación. Nos parece que este método está reñido con la forma leninista de pensar la política.

El caso de Nuestra Lucha

En la lucha política al interior del PTS la minoría propuso extender el periódico Nuestra Lucha como una verdadera herramienta de frente único. Si se pretendía forjar un periódico obrero de alcance masivo era imposible alcanzarlo con las fuerzas propias. El proceso de sectores y agrupamientos antiburocráticos y clasistas era mucho más amplio que las fuerzas que organiza el PTS. Por eso propusimos también un polo clasista y antiburocrático formado por los Sutebas, Unión Ferroviaria de Haedo, sindicatos provinciales y regionales opositores de Cetera, Soip de Mar del Plata, TDO de la zona Oeste, Río Turbio, Cuerpo de delegados del Subte, en fin un encuentro o polo de sindicatos, comisiones internas y agrupamientos. Ahora acaba de ganar la Lista Negra de Delegados por Sección en el Astillero. Esto exige un redoblado impulso a esta política. Esto es de vital importancia porque es la única forma de que las corrientes de izquierda comiencen a transformarse en actores y a ser visualizados como una vertiente en el movimiento obrero. Ninguna de las agrupaciones por sí misma puede lograrlo. Pero el prerrequisito es el frente único de todas las corrientes de izquierda que inspiran en gran medida todas estas experiencias en la clase obrera. Se nos aceptó de compromiso el planteo cuando presentamos la Plataforma, pero luego desapareció por completo de las resoluciones del congreso posterior y de hecho de la política expresada en La Verdad Obrera. Si estamos en presencia de una lenta recomposición obrera se trata de modificar por completo dicha orientación. Por otra parte la idea de formar un frente único de Nuestra Lucha se reduce hoy a un muy reducido número de intelectuales y periodistas, o a dirigentes sueltos de alguna lucha obrera, pero está descartado como instrumento de frente único real con sectores significativos como los que mencionamos más arriba, porque ello incluiría un acuerdo político con otras corrientes de izquierda. Esa era la propuesta de la Minoría del CC y luego del Grupo de opinión. Se debería bregar por agrupar a todos los sectores antiburocráticos para proponer un movimiento de conjunto donde Nuestra Lucha pueda servir como instrumento periodístico. Pero la dirección del PTS actúa en forma mezquina creyendo que si acapara y domina el comité editorial y la política de NL tendrá ventajas sobre los demás.

La independencia de clase y las tácticas políticas: la dirección del PTS cae en un maximalismo conservador

En la Carta al Congreso del PTS que Socialismo Revolucionario enviara con motivo del mismo, carta que se publica en este folleto, sostuvimos la necesidad no sólo de apoyar sino también de tomar como propia la campaña por la reducción de la jornada laboral que lanzaron los delegados del Subte luego de su victoriosa huelga. Sin embargo el PTS no sólo no la tomó como propia sino que cuestionó fuertemente el hecho de que la campaña en sí no contenga la denuncia explícita al gobierno de Kirchner ni a la burocracia sindical. Así la dirección del PTS intenta “diferenciarse” de una dirección a la que considera “centroizquierdista” (aunque reconocieron en su momento que habían logrado triunfar en una huelga “histórica”, mediante la acción directa, las asambleas, etc., pero parece que todo lugar donde no está el PTS es “centroizquierdista”), aunque el cuerpo de delegados del Subte como órgano pluralista incluye a diversas corrientes políticas y trabajadores independientes (que son mayoría). ¿Es correcta la posición del PTS? Nos parece que no y ya lo hemos planteado en la Carta. Nos parece una posición ultimatista frente al conjunto de la clase trabajadora. Detrás de una posición de “izquierda” lo que hay es sectarismo y conservadurismo. Veamos. La política del PTS definida por su dirección es la de impulsar la independencia de clase. Bien. Dicha independencia implica, no es necesario decirlo, la más absoluta independencia respecto del gobierno actual, gobierno que encandiló a gran parte de la izquierda populista y a los organismos de derechos humanos pero que representa el intento más serio de recomposición del régimen político burgués. Por eso, a pesar de tomar todas las medidas necesarias para reestablecer los negocios capitalistas y la relación los con organismos financieros y los acreedores privados, se ve en la necesidad de hacer demagogia e incluso cambios “por arriba”, reformas parciales que crean expectativas e ilusiones en las masas. El Balance del Congreso del PTS reconoce que la mayoría de las masas populares y también de los trabajadores deposita confianza en el gobierno actual. Por eso aquellos que profesamos la independencia de clase y luchamos contra éste gobierno capitalista que mantiene lo esencial de las políticas neoliberales de los años ’90, tratamos de platear tácticas políticas tendientes a acelerar la experiencia de las masas con él. Sin embargo la dirección del PTS se confunde cuando cree que la independencia de clase sólo puede expresarse en la denuncia directa al gobierno actual. Cuando en la Carta dimos el ejemplo de la táctica de Trotsky frente a Roosvelt lo hicimos justamente porque dicho gobierno tenía también apoyo popular, más allá que el gobierno de Kirchner sea estructuralmente más débil por varios motivos. Trotsky planteaba la exigencia al gobierno americano del control del plan de obras públicas y propuso lanzar la consigna de escala móvil de horas de trabajo y de salarios, sosteniendo que los sindicatos deberían pronunciarse a favor o en contra. Es decir, plantea una política de exigencia, de reclamar a los dirigentes sindicales que se pronuncien, en fin, trata de acompañar la experiencia de las masas. Que el gobierno de Kirchner no sea el de Roosvelt y que por lo tanto no pueda ofrecer una salida orgánica al impasse capitalista con su 19,5% de desempleo, no disminuye, sino que amplifica la necesidad de acelerar la experiencia de las masas, porque lo que está en el fondo de la política gubernamental es en esencia pura retórica. La campaña por la jornada de 6 horas de los trabajadores del Subte se propone realizar una agitación de masas sobre el conjunto de la clase obrera, partiendo de la experiencia y el triunfo de un sector combativo del mismo. El planteo de la reducción de la jornada laboral y el aumento salarial para toda la clase obrera posee en las condiciones de la Argentina actual un contenido objetivamente no sólo antigubernamental sino también antiburocrático y anticapitalista. Y al mismo tiempo es un diálogo espléndido, en el que un sector más avanzado lanza audazmente una convocatoria de carácter urgente para incorporar al movimiento a sectores más atrasados. De hecho aunque todavía recién se inicia, esta campaña ya despertó el entusiasmo de telefónicos, aeronavegantes, de la carne, alimentación, etc., que aún poseen ilusiones en el gobierno actual. Pero para el PTS si el cuerpo de delegados del Subte no denuncia a Kichner es centroizquierdista. Se confunde así la ubicación que tiene que tener hoy una tendencia de la izquierda revolucionaria, que por supuesto debe denunciar a cada paso el carácter anti-obrero y pro-imperialista del gobierno, con el planteo que hace una organización real de la vanguardia obrera hacia el conjunto de la clase trabajadora. Así se coloca en una posición maximalista, se niega a tener tácticas hacia las masas y lo que parecía muy “revolucionario” termina siendo conservador, regalándole la demagogia del trabajo y la producción al mismo gobierno y la centroizquierda, que era al que se quería combatir. Esta posición de la dirección le ha impuesto al partido la autoexclusión de dicho movimiento. Aunque se la pasan hablando de que apoyan la campaña, en realidad son una de las poquitísmas organizaciones que no firmaron la convocatoria. Pero no firmar una convocatoria así es restarle su apoyo, no sólo permanecer al margen. De hecho si sostuvieran hasta el final su lógica deberían denunciar a quienes sí lo hicimos. No lo hacen porque se colocarían en una posición abiertamente reaccionaria. Pero en los hechos no movieron hasta ahora un dedo por la misma. Con la fuerza del PTS se podrían hacer charlas, volanteadas, conseguir cientos de firmas más. Pero el PTS fue llevado por su dirección a abandonar a su suerte al sector más combativo de los trabajadores de la Capital. El PTS, que siempre dijo impulsar a los sectores más combativos de la clase, hoy sólo participa de las reuniones para llevar sus planteos, nunca para contribuir al movimiento. Es una posición abstencionista, maximalista y reaccionaria. Cuando aún manteníamos una relación con el grupo trotskista Inglés Worker Power, ellos nos plantearon la necesidad de exigirle en su momento al gobierno de Duhalde que rompa con el FMI y a los sindicatos de los gordos que rompan con el gobierno. Era absurdo, porque no había la más mínima confianza en Duhalde. Les dijimos que se acercaban peligrosamente a plantear el frente único y la táctica de exigencia como una estrategia, es decir como una política permanente. Ahora la situación ha cambiado radicalmente. Los que parecen transformar en una estrategia permanente la denuncia y eliminar cualquier eventual exigencia a un gobierno con el 70% de apoyo popular es la dirección del PTS. Lo curioso de todo esto es que donde el PTS tiene alguna relación con los trabajadores o incluso alguna responsabilidad no pueden ser ultimatistas. Por ejemplo la lista Celeste y Blanca de la Alimentación de la que participan no contiene la más mínima referencia al gobierno de Kirchner, e incluso sus socios de la CCC juegan con estas ilusiones diciendo que Kichner votaría contra Daer. Por supuesto no está mal que de acuerdo a los sectores reales de la clase el PTS participe de una lista así. Pero es extraño que use “otra vara” para medir a las organizaciones obreras. Por supuesto la situación puede ser distinta, por ejemplo, entre los Mineros de Río Turbio. Allí la burocracia de ATE formó parte del directorio y el antes gobernador y hoy presidente Kichner había prometido lo que no llegó. Por eso cualquier trabajador allí ha hecho una experiencia impresionante con los capitalistas y los burócratas. Pero esa no es la situación de la clase. Es más bien una excepción. Cuanto más audazmente la izquierda y los sectores combativos contribuyan a acelerar la experiencia de las masas con el gobierno actual, más fácil será la lucha directa y frontal contra éste gobierno. Lo mismo le sucede a la dirección del PTS cuando plantea la propuesta de plebiscito por la deuda externa. Dice que es un mecanismo legítimo y que sirve para confrontar con las ilusiones populares. En su periódico sostiene sin embargo que “Por esto, es una demanda precisa que proponemos para que la tomen en sus manos los trabajadores y el pueblo, para que la impongan con su movilización, sin crear la falsa ilusión que el gobierno la convocará sin lucha”. Es decir, no se la quieren exigir al gobierno sino que quieren que las masas la tomen en sus manos para imponerla con su lucha. Pero si las masas ya poseen la conciencia de que el gobierno es enemigo de enfrentar al imperialismo y que “negocia con el hambre del pueblo”, entonces no se trata de dialogar con ninguna ilusión en el gobierno actual y la propuesta de plebiscito no tiene sentido pedagógico. No se le quiere exigir al gobierno un plebiscito porque eso sería “crear expectativas”. Pero las expectativas ya existen, aunque a cada paso el gobierno se encargue de revelar su contenido reaccionario y procapitalista. Si se trata de plantear una táctica democrática, esto se debe en primer lugar a que el gobierno se ve obligado, por las circunstancias en las que asumió, a imponer las exigencias del capital nacional y de los acreedores externos mediante un permanente equilibrio de poder. Atacado por la derecha por no acelerar lo pagos de la deuda y por derrochar en planes de vivienda y obra pública el superávit fiscal, es sin embargo el campeón olímpico del ajuste fiscal, mayores aún que en la época del menemismo, que podía recurrir al endeudamiento. Sin apoyarse en las masas, sin proponerse movilizar al pueblo en defensa de la “causa nacional”, sino al revés, cediendo a cada paso a las exigencias del FMI ahora retrocedió inclusive de la quita del 70%. Es en esta trama que se revelan los elementos cesaristas o plebiscitarios de Kirchner que, sin un aparato político propio de envergadura, debe apoyarse en la opinión pública y las expectativas abiertas post 19 y 20 para navegar a dos aguas, atrapado entre la interna del PJ, su denuncia de Duhalde y la dependencia del aparato pejotista. La exigencia de un plebiscito o cualquier mecanismo democrático que someta las decisiones importantes al escrutinio público tiene el sentido de exponer ante las masas que este “cesarismo” está puesto en función de sustraer del escenario público aquello que se negocia entre bambalinas, mediante cláusulas secretas de ajuste, privatización y aumento de tarifas y reestructuración de la banca. Coloca a la vista de todos el rechazo más absoluto del gobierno de la centroizquierda capitalista a recostarse en las masas para someter a la derecha de los banqueros y reaccionarios. Es esta confrontación de ideas la que abre el camino a la movilización de masas. En definitiva, la dirección del PTS cae en una posición maximalista y considera que cualquier tipo de exigencia al gobierno o el hecho de que no se lo mencione ya constituye una claudicación, mientras se aparta de la campaña (de las 6 horas) de masas más progresiva que haya surgido desde hace años en el movimiento obrero y hasta cuando pretende establecer un diálogo de masas con demandas democráticas las formula de una manera inservible como táctica demostrativa. Esta posición se llama conservadurismo, aunque se la enmascare de revolucionarismo. Y es profundamente vanguardista, porque es incapaz de dialogar con la conciencia política de las más amplias masas, sin las cuales no puede ni pensarse en que un partido pueda orientarse correctamente en la política nacional.

3 - Una concepción obrerista

El drama de los círculos de propaganda es que tienden a preservarse en sus hábitos, en sus costumbres, en su círculo íntimo donde se mantienen lazos personales, se tejen mentalidades conservadoras. Es natural que se tienda a conservar y a preservar lo que uno considera que son las conquistas del pasado. En la medida en que esa tendencia conservadora impide dar pasos prácticos en el movimiento de masas, y eso ocurre frecuentemente a las organizaciones cuando las circunstancias políticas se ven modificadas rápidamente, dicho conservadurismo se vuelve reaccionario. Cuando uno realiza una crítica literaria se basa en las normas teóricas y ejemplos históricos para trazar una perspectiva. Y está bien. Por ejemplo es una adquisición de nuestra corriente la lucha por organismos de autoorganización, lo que hemos denominado una “estrategia soviética”. Lo mismo sucede respecto al “sujeto social”: como es la clase trabajadora el centro gravitatorio de cualquier proyecto revolucionario y anticapitalista, suele esperarse que ella irrumpa en los momentos de crisis política, tienda a formar organismos de tipo soviéticos y arrastre a las demás clases explotadas. Pero cuando uno se ve frente a los procesos reales se da cuenta que jamás son puros. Tampoco lo fueron para Marx cuando se vio confrontado con un proceso completamente novedoso como fue la comuna de París en 1871, o para Lenin, que tuvo que lidiar con algo tan extraño y curioso como fueron los soviets que se desarrollaron en 1905 y reaparecieron en 1917. Pensar procesos químicamente puros es condenarse al fracaso por anticipado, sobre todo en nuestro continente, plagado de fenómenos campesinos y populares de todo tipo. La cualidad de una corriente revolucionaria se mide en su capacidad para comprender los fenómenos nuevos e intervenir en ellos para darles un sentido político revolucionario. En cambio el normativista espera que las cosas se den según sus esquemas preestablecidos y se niega a reconocer los nuevos fenómenos en todo lo que tienen de progresivo porque no se dan según sus ideas. Por ejemplo en el PTS se ha escrito hasta el cansancio que los límites de las jornadas de diciembre estuvieron dados por el hecho de que no intervino la clase trabajadora. Es correcto decir que no intervinieron los sectores concentrados del proletariado con sus propias organizaciones y métodos de lucha. Sin embargo sí lo hicieron sectores del nuevo movimiento obrero joven, precarizado y desocupado. Esto se vio claramente en la Batalla de Pza. de Mayo y en los saqueos previos, así como en el fenómeno posterior de las asambleas populares. Esto es importante señalarlo porque esperando la entrada de una clase obrera “clásica” se puede caer en la vulgaridad “centroizquierdista” de caracterizar que las jornadas fueron autoría de la “clase media”. En segundo lugar el hecho de que la clase obrera más concentrada no haya intervenido ni mucho menos haya dirigido el levantamiento popular tuvo graves consecuencias en la profundidad del proceso posterior. Sin embargo de allí no se desprende (como señala el PTS) que esto hacía imposible la caída del conjunto del régimen político. En realidad no sólo han caído gobiernos sino también regímenes enteros sin la intervención del movimiento obrero como factor centralizador, lo vimos en los países del este, lo vimos en Venezuela desde el caracazo y el posterior hundimiento de los partidos tradicionales y el surgimiento del chavismo que modificó la constitución. Cayeron incluso estados enteros, como en las revoluciones de posguerra. La intervención de la clase trabajadora hubiera sido fundamental, porque la centralidad obrera le hubiera dado una dinámica anticapitalista y permanentista completamente distintas. Lo mismo puede decirse respecto a la situación abierta con las jornadas de diciembre. La entrada de la clase trabajadora que había estado activando en los dos años previos con paros y luchas contra la reforma laboral y el gobierno de De La Rua, hubiera desestabilizado al peronismo como no lo pudo hacer la movilización de carácter popular. Pero de ahí a creer que sólo la clase obrera organizada puede tirar abajo un régimen y, peor aún, decretar la “impotencia” histórica de los sectores “periféricos” de la clase obrera y capas medias, no por sus limitaciones de clase como portadora de nuevas relaciones de producción, sino por ser incapaces de tirar abajo un gobierno, es perder todo sentido de la historia y de la realidad en pos de la defensa de un marxismo malo, normativista, que decreta la imposibilidad de lo que ocurre y ocurrió en la historia a cada paso. Hay que saber distinguir entre el programa y el objetivo que uno se propone con la realidad tal cual es. Esta visión equivocada ha llevado a la dirección del PTS cada vez más a un obrerismo grosero. El obrerismo, como el populismo, no constituye la defensa de los legítimos intereses de la clase obrera. Constituye, al revés, una falsa defensa y una falsa amistad. Los populistas, los que hablan de los “intereses populares” en realidad defienden las ideas y los sentimientos del “pueblo explotado”. Pero ese pueblo, salvo en condiciones excepcionales, es receptiva a la ideología de la clase capitalista, de sus gobernantes. En realidad el “sentir popular”, el folklore, es muchas veces patriótico, nacionalista, a veces chovinista. Y como sabemos todos los marxistas, dichos valores son profundamente burgueses, aunque aniden en el corazón de lo más explotado del pueblo pobre. Lo mismo sucede con el obrerismo: es una adaptación a las condiciones y valores en determinados momentos de las bases obreras, lo cual constituye una capitulación al “sentido común” de la colaboración de clases, del papel progresivo del pequeño patrón, del corporativismo sindical, y de todos los prejuicios burgueses del que son portadores muchos trabajadores hoy en día. Lenin, por el contrario nunca cedió a la tentación fácil de la demagogia obrerista, decía en el Qué Hacer? : “... ya en la primera manifestación literaria del “economismo” podemos observar un fenómeno sumamente original, y peculiar en extremo, que permite comprender todas las discrepancias existentes entre los socialdemócratas contemporáneos. El fenómeno consiste en que los partidarios del “movimiento puramente obrero”, los admiradores del contacto más estrecho y más “orgánico” con la lucha proletaria, los adversarios de todos los intelectuales no obreros (aunque sean intelectuales socialistas) se ven obligados a recurrir, para defender su posición, a los argumentos de los “exclusivamente tradeunionistas” burgueses (...) Esto prueba que todo lo que sea rendir culto a la espontaneidad del movimiento obrero, todo lo que sea aminorar el papel del “elemento consciente”, el papel de la socialdemocracia, significa -de manera independiente por completo de la voluntad de quien lo hace- acrecentar la influencia de la ideología burguesa entre los obreros” El obrerismo, como vemos, fue y es un atajo, un mal camino que a veces adopta el revolucionarismo pequeño burgués creyendo que de esa forma “defiende” a los trabajadores. Por eso era criminal la demagogia obrerista desde las jornadas de diciembre a esta parte. Porque lo llevó al PTS a darle la espada a las Asambleas Populares a las que veía con desprecio, al movimiento piquetero (que es parte de la clase obrera) e incluso, en el colmo de los colmos, a fracciones enteras de la clase trabajadora, como los estatales, los trabajadores de la salud y los docentes. Hemos polemizado fuertemente con estas concepciones, que no acercan, sino que alejan al un partido verdaderamente proletario y verdaderamente marxista de la clase trabajadora. En los hechos una concepción así es la que permite que se desarrollen concepciones como las que se expresaron en la conferencia de abril del 2004, aquella que sostuvo que los revolucionarios nada podíamos hacer sin la irrupción del proletariado industrial y más concentrado: un fatalismo despiadado y estéril. El último ejemplo de este desprecio por una fracción entera de los trabajadores docentes fue su análisis del proceso de luchas políticas en San Luis. En su periódico La Verdad Obrera Nº 139, haciendo un paralelismo entre la crisis política en San Luis y las jornadas de diciembre el artículo “Kirchner y el ‘cerco’ de Lavagna y el PJ”, dice hacia el final que “Al igual que después del 19 y 20 de diciembre queda claro que no alcanza con la alianza de clases que se mostró activa en las calles del piquete y cacerola ni con la intervención parcial de un sector de trabajadores (refiriéndose a los docentes, N. de R.) como en el caso puntano”. Es que para el PTS era imposible que caiga Rodríguez Saa, ya que “para derrotar a un gobierno peronista es imprescindible movilizar a las fuerzas centrales de la clase obrera (...) de paralizar con sus métodos y la huelga general, la maquinaria productiva y económica del capital y de dar una dirección consistente e independencia a un movimiento social de las clases oprimidas”. Lo que no se termina de entender es si se están reclamando las condiciones para el triunfo de la revolución proletaria y el camino al socialismo, o si se está hablando de tirar abajo a Rodríguez Saa e imponer las demandas populares. Aunque parezca “súper revolucionario” en realidad el sociologismo obrerista del PTS no sólo es falso sino que encubre la política de la burocracia sindical, ya que se responsabiliza del fracaso o el semi fracaso del movimiento a la debilidad social de los actores movilizados y no a la orientación política del mismo. El proceso no fracasó esencialmente porque los docentes como sector de clase, es decir desde el punto de vista sociológico, sean “por esencia” incapaces de unir al pueblo en lucha contra el gobierno. Por supuesto que si los trabajadores industriales, por ejemplo del parque de Villa Mercedes hubiesen entrado a la lucha, el movimiento habría sido más potente. Pero considerar en forma mecánica, fatalista y unilateral que sin esa intervención era imposible tirar abajo al gobierno es darle al movimiento un certificado de defunción por anticipado. Si la dirección de los docentes hubiese caído en manos del activismo de lucha y de las corrientes combativas, posiblemente el desenlace no hubiera sido en mismo. Lo mismo si, a nivel nacional, la Ctera hubiera decretado el paro nacional docente para torcer la voluntad del gobierno nacional en su apoyo al gobernador puntano, si la izquierda combativa fuese más fuerte en la provincia... y así sucesivamente. Diversas combinaciones específicas explican el fracaso del movimiento, por lo menos en su objetivo de tirar abajo al gobernador. Pero la dirección del PTS, que está haciendo trizas al marxismo, las reduce a la intervención de la clase obrera industrial. Una cosa es que se busque como programa y como política la intervención de los trabajadores industriales. Eso es indiscutible y es una condición necesaria (aunque no suficiente) para que todo proceso de lucha de clases pueda avanzar en una perspectiva anticapitalista y socialista. Pero otra cosa es creer que otros sectores de clase, como los docentes o los desocupados y en algunos casos sectores de otras clases explotadas son incapaces incluso de “unir al pueblo”, o expresar la oposición política y mediante su movilización golpear e incluso “tirar un gobierno peronista”. La tesis de Trotsky según la cual, las clases propietarias como el campesinado o la pequeña burguesía urbana son incapaces de cumplir un papel independiente son el ABC del marxismo del siglo XX y la piedra fundamental de toda estrategia auténticamente socialista. Pero ella se refiere, tomando la experiencia histórica, a que el gobierno revolucionario no puede basarse sino en una amplia hegemonía proletaria. En su libro Resultados y Perspectivas Trotsky explica la diferencia entre un gobierno de las capas democráticas del pueblo con participación proletaria y un gobierno proletario con participación de las capas democráticas. Por su heterogeneidad social y “falta de tradiciones políticas” la pequeña burguesía urbana, por su dispersión y heterogeneidad el campesinado o por su inconsistencia social y su posición social intermedia la intelligentsia urbana, ninguno de ellos está capacitado como clase social para ofrecerse como alternativa. Pero aquí estamos hablando de la capacidad de alcanzar una hegemonía social sobre el conjunto de la nación explotada. Confundir esto y extrapolarlo sin límites hasta que alcance el ridículo de creer que la movilización de la pequeño burguesía urbana moderna, o el campesinado en países agrarios o semi agrarios o peor aún toda una franja enorme y poderosa de la clase trabajadora como los docentes, estatales, desocupados, trabajadores de la salud y los servicios, son incapaces de tirar un gobierno peronista es liquidar todo vestigio de marxismo y transformarlo en un recetario absurdo de esquemas preconcebidos mal leídos de los textos de Trotsky. A eso lleva el obrerismo, no a una política proletaria, sino a la parálisis política bajo el manto de una justificación sociológica. De San Luis hay otras enseñanzas que el PTS no quiere ni nombrar: primero, que cuando no hay un movimiento de desocupados que se organice mediante la acción directa de los piquetes y las asambleas, son utilizados como base de maniobra, como esquiroles, como logró utilizarlos Alberto Saa en San Luis. Por la negativa, este proceso demostró cuan progresivo ha sido para el conjunto de la clase trabajadora ocupada y para el proletariado industrial la existencia y formación de un movimiento piquetero a nivel nacional, que el PTS en su ceguera sectaria esperó durante años que desaparezca porque le competía políticamente con las fábricas ocupadas, en vez de apostar a la radicalización del movimiento. La segunda enseñanza, que el PTS esconde por todos los medios, es que los docentes, aunque no puedan “bajar la palanca” de la producción, aunque no estén en lugares estratégicos de los transportes y los servicios, son una parte fundamental de la clase trabajadora, aquella que estuvo en América Latina y también en muchos países de Europa, junto a los estatales y trabajadores de la salud a la cabeza de las luchas de resistencia a las políticas neoliberales y hoy siguen jugando un rol fundamental como en la huelga general del 14/07 en Perú. Sería bueno que la dirección del PTS deje de considerar a los docentes como “maestritas de escuela” que no serían capaces de ser la base de un Partido de Trabajadores, ni ser elementos sólidos para incorporar a un grupo revolucionario. No por casualidad el PTS no tiene ningún trabajo político, luego de más de 15 años de existencia, en el gremio docente, a pesar de que allí es donde se destacó la vanguardia antiburocráctica más amplia de toda la clase trabajadora argentina, ganando 7 seccionales del Suteba y distintos gremios provinciales como Río Negro, Santa Cruz, o seccionales muy importantes como Neuquén Capital o Bahía Blanca, entre otras.

El obrerismo es una variante del sindicalismo economicista

La mayoría de la dirección del PTS para sostener su “cruzada” obrerista, que le daba “un buen perfil” en la lucha interna, comenzó a sostener que sólo cambiando la composición social del partido se podía luchar contra las presiones de la democracia burguesa y la pequeño burguesía y que si no lo hacíamos sufriríamos una “degeneración pequeño burguesa”. Para “no degenerar” había que “ir al movimiento obrero”. Así, nuevamente ya no se trataba de discutir cómo “ir al movimiento obrero”, con qué política, y realizar un balance de nuestro vuelco de más de 4 años ininterrumpidos en el trabajo sobre la clase trabajadora. Hay que advertir al lector que esa posición fue sostenida por la dirección mayoritaria frente a nuestra insistencia en que los peligros reales de degeneración, o más bien para usar nuestro propio lenguaje, el verdadero obstáculo que debía superar el PTS si quería tener alguna intención de ser parte real del movimiento obrero y de masas, era el sectarismo. Era ese el peligro fundamental. Pero la negativa de la dirección a aceptarlo les llevó a inventar una nueva teoría. En el “Documento del CC” escrito como respuesta a nuestra plataforma que forma parte del anexo de este folleto, la dirección del PTS fue construyendo una teoría cada vez más obrerista donde ya ni siquiera la clase trabajadora en su conjunto, sino exclusivamente el proletariado industrial nos “salvaría” de dicha degeneración. La fábrica resultó ser el lugar donde, gracias a la dictadura del capital, se podía resistir esa indomable tendencia a la degeneración pequeño burguesa y a la mismísima democracia burguesa. Se llegó al colmo de plantear posiciones con la intención de enfrentar obreros y estudiantes al interior del partido utilizando relatos de intervenciones orales de Trotsky hace 62 años. En la plataforma que publicamos aquí el lector encontrará una amplia polémica ante esas posiciones. No sólo rechazamos la idea de que “la clase obrera” tal cual es hoy, con sus prejuicios nacionalistas y pequeño burgueses podía ser un contrapeso a las presiones de la democracia burguesa, sino que tratamos de darle un enfoque histórico y concreto a la discusión. Allí sostuvimos que “Para una liga de propaganda y acción como la nuestra, que pretende avanzar aunque sea un paso a partido de vanguardia, es decir, para un pequeño grupo de cientos militantes, que tiene responsabilidades concretas importantes en una fábrica (Zanon) y en una facultad (sociales) la clave no son las presiones sociales directas que ejercen las grandes masas y las clases sobre nuestra liga. En todo caso para enfrentar las presiones hostiles de la realidad lo más importante es el anclaje teórico en el marxismo, en la estrategia y el programa revolucionario. ¿Cómo podríamos enfocar el asunto sobre las presiones directas si nosotros no dirigimos grandes sindicatos, ni tenemos muchos centros de estudiantes ni secretarías, ni diputados, concejales o cualquier otro cargo electoral? Las presiones existentes (ningún grupo por más pequeño y principísta que sea deja de estar sometido a la realidad), en todo caso, no pueden ser corregidas “yendo a la clase obrera” en sí misma, porque la clase obrera posee hoy una mentalidad burguesa aplastada por la burocracia sindical y el peronismo, cuando no por la iglesia o las sectas religiosas que tienen mucho peso en las fábricas y barriadas pobres. Si hoy apostamos a desarrollar un trabajo en la clase obrera se debe en primer lugar porque tenemos que llegar a los momentos decisivos en los que emerja y se vaya fogueando una clase obrera revolucionaria con cuadros y estructuración suficiente para aspirar a encabezar ese proceso. Si en ese momento nos contentamos con ser sólo una corriente estudiantil, y si en esos momentos también despreciáramos fusionarnos con lo mejor de la vanguardia obrera revolucionaria, seríamos una pequeña secta estudiantil completamente pequeña burguesa, y en ese sentido estéril desde el punto de vista revolucionario. En defensa de la dialéctica tenemos que decir que no se pueden confundir los planos históricos. Hoy no existe ninguna posibilidad de que nadie nos salve de una “degeneración pequeño burguesa”. “Al mismo tiempo, ¿qué significa una “degeneración pequeño burguesa”? En primer lugar una política y una estrategia no proletarias. Cuando Cannon y Trotsky atacan a Schatman y Burham por encabezar una fracción pequeño burguesa, lo hacen por sus posiciones políticas antidefensistas y su oposición a la dialéctica, que expresaban las presiones de la opinión pública norteamericana contra Hitler y Stalin”. Es que efectivamente el gran problema del PTS, y hoy lo podemos decir con más fuerza y con más fundamentos prácticos, es el sectarismo feroz que lo puede transformar cada vez más en una corriente estéril, incapaz de fusionarse con las masas obreras y populares. Ninguna “materialidad obrera”, ningún contrapeso “sociológico” puede evitar el sectarismo y la autoproclamación, ni puede suplantar la lucha ideológica y política por el marxismo revolucionario.

La experiencia de años anteriores

En un partido de no más de unas centenas de militantes, en el que la dirección política, ideológica y teórica, tanto por tradición y nivel, como por experiencia, es indiscutiblemente de los miembros fundadores y en particular de los intelectuales, ningún obrero a título individual por más abnegado, dirigente y revolucionario que sea podrá contrapesar las tendencias “degeneradas” de los dirigentes históricos. En ningún grupo de izquierda y mucho menos en el PTS, que batió el récord de no tener votaciones por minoría en su CC durante años y años (salvo cuando estallan las luchas internas) los obreros incorporados a su dirección serán un contrapeso efectivo a la “degeneración pequeño burguesa”. Esta misma discusión hemos tenido hace ya mucho tiempo, cuando en el año 1988 rompíamos con el MAS (que valga la coincidencia también nos acusaba de ser “pequeño burgueses” que no queríamos “ir al movimiento obrero” y “levantarnos a las 5 de la mañana para piquetear la puerta de la fábrica”) o incluso cuando en la lucha interna entre la dirección del MAS y el sector que luego fundó el MST se discutía incorporar un 50% de obreros a la dirección. Allí sostuvimos que se trataba de un problema de carácter político antes que “social”. Pero la mayoría de la dirección del PTS ha retomado los peores prejuicios obreristas. Emilio Albamonte en 1998 luchaba contra una corriente interna (que luego fundó Democracia Obrera) que sostenía la necesidad de “ir a la clase obrera” para “no degenerar”. Así en un documento de septiembre del ’98, bajo el subtítulo de “marxismo y charlatanería” sostenía burlonamente que “La TBI (denominación de dicha corriente, n deR) tiene “un plan”... para que el PTS cambie su composición social esencialmente estudiantil y no degenere. Para ello ‘todos los equipos del partido (...) deben (...) en los próximos seis meses, captar cada equipo una decena de obreros’. (...) ¿Contemplan en ‘el plan’ una ruptura obrera con el peronismo que nosotros nos vemos?”. Y Emilio Albamonte, luego de explicar que la situación Argentina no tiene nada que ver con la que describía Trotsky para EEUU de los años ’30, llamaba a distinguir charlatanerismo de marxismo . Defendiéndose de las acusaciones de “no querer ir al movimiento obrero” recordaba que en el MAS en el año 1988 la dirección mayoritaria hacía las mismas acusaciones que ahora lanzaba la TBI. Frente a ellas respondía “Y por favor, no me vengan con eso de ‘teoricista’, ‘internacionalista del café Tortoni’ y me digan que no quiero ‘meter las patitas en el barro’ para ir a captar obreros, como siempre dicen los centristas para atacar a los que quieren buscar una vía hacia el trotskismo principista e internacionalista” En realidad es muy común entre las sectas que cuando estallan diferencias políticas uno de los bandos acuse a otro de “no querer ir al movimiento obrero” de ser “pequeño burgués” y otros adjetivos “calificativos”. En realidad es puro charlatanerismo, pero le sirve a los dirigentes de pequeños grupos para justificar su liderazgo y “demostrar” que la oposición en realidad esconde detrás de sus argumentos una vocación nunca expresada de “abandonar la clase”, “renegar de la lucha” y otro tipo de calificativos. Así se puede dar por descontado que diga lo que diga la oposición, tenga o no tenga razón en sus argumentos, el objetivo oculto y superior que “no dicen” es siempre reaccionario.

4 - Leninismo y “lucha de partidos”

La dirección del PTS llevó a un extremo ridículo el planteo de Lenin de la lucha contra los social-traidores y los reformistas. Regresando a un esquema que ya estaba superado desde el año ’97 en el debate antes citado con la corriente que luego fundó Democracia Obrera, vuelve a insistir tomando unilateralmente la frase de que “la crisis de la humanidad es la crisis de dirección revolucionaria”, en que ya no se trata de la lucha ideológica, teórica, programática y política contra el reformismo, sino que se trata fundamentalmente de una lucha “antiburocrática” contra un aparato contrarrevolucionario. Detrás de la caracterización de la nueva época como de “guerra crisis y revoluciones”, en realidad se quiere decir que ya no se trata tanto de la lucha “ideológica” de Lenin previa al ’17, sino de una “material” contra una socialdemocracia y una burocracia vendida al capital. Pero contraponer al Lenin del ’17 al de la lucha previa es completamente artificial, porque la lucha contra el menchevismo era no sólo ideológica, es decir literaria, sino profundamente política, es decir “material”, porque estos terminaron constituyendo la correa de transmisión de la pequeña burguesía en el movimiento obrero y expresando puntos de vista liberal burgueses ante acontecimientos de tamaña importancia como la misma Revolución Rusa. Marx y Engels denunciaron, ellos también, la corrupción a la que estaba sometido el movimiento obrero Inglés, no por sus ideas liberales como si flotaran en el cielo, sino porque eran cómplices en su posición social de la explotación colonial. Y esas circunstancias estuvieron en la base de la carencia de una ideología socialista en la fundación de las organizaciones obreras británicas. Que en la época imperialista estas tendencias a la corrupción obrera se hayan profundizado es una cosa. Creer que ahora se puede suplantar la lucha ideológica, teórica, programática, en última instancia la lucha por los “corazones de la clase obrera” por una lucha por el programa de acción y coordinadoras para “desenmascarar a los reformistas y centristas” es reducir al ridículo todo el planteo de Lenin. El PTS en realidad vuelve sobre los pasos más sutiles que había alcanzado cuando estudió a Gramsci y las implicancias generales que tuvo la nueva hegemonía americana en la posguerra, lo que permitía entender que no era la misma situación que en la España de los 30 o en época del programa de transición, donde la “crisis de la humanidad” era efectivamente “la crisis de dirección revolucionaria del proletariado” en forma casi directa y sin mediaciones. Es decir que coincidían las coordenadas históricas y coyunturales, mientras que en la posguerra esa misma definición se mantuvo pero en perspectiva histórica y no inmediata. Este análisis lograba superar las viejas y dogmáticas definiciones anteriores defendidas en ese momento por la dirección de Democracia Obrera. Sin embargo este grupo, que habla de “lucha de partidos”, incluso de “lucha física” contra las corrientes que representan a la “repodrida aristocracia obrera” y cree encontrar la más leve traición en cualquier acto que realicen otras fuerzas de la izquierda, o piensa firmemente que si la Huelga General no es lanzada hoy o mañana en Argentina es simplemente porque alguien o mejor dicho todos, reformistas y centristas, la frenan insidiosamente. Esta misma corriente es hija legítima del PTS, que incluso se encuentra, desde la luchas interna que acabamos de participar, más próxima a ella que en los últimos siete años. Es cierto, y toda la experiencia del siglo XX lo demuestra que las burocracias obreras, en particular el estalinismo y la socialdemocracia, son agentes de la burguesía y la pequeño burguesía en el movimiento obrero y que no se trata de “convencerlos” sino de luchar contra ellos. Pero siendo esto real no necesariamente implica que la incidencia de las direcciones en el quietismo o activismo de los trabajadores sea siempre el mismo, o que representen un estado de ánimo siempre opuesto a una masa obrera supuestamente siempre lista y preparada para lanzarse a la lucha y siempre detenida por la acción de la burocracia. Esta caracterización que en una época habíamos alcanzado en común fue demolida por la dirección del PTS al temer un “relajamiento” que supuestamente proponía la minoría, en la lucha contra los otros partidos. Una posición como ésta en circunstancias de crisis social, política e ideológica de la clase trabajadora es lisa y llanamente un suicidio. Entre otras cosas porque no se trata sólo de luchas traicionadas. En las masas del mundo la idea del socialismo está completamente desacreditada. Ahora avanzamos, porque se encuentra en cuestión también el capitalismo. Pero eso no resuelve de por sí la regeneración y la construcción de un movimiento marxista vital y en ascenso. Las luchas obreras, si son radicalizadas en un futuro, crearán premisas materiales, y ya lo están haciendo, para el regeneramiento del movimiento revolucionario. Pero una cosa son las premisas materiales y otra muy distinta la regeneración misma, que deberá ser un trabajo constante de los socialistas revolucionarios, una actividad conciente, sistemática empezando por mantener la vitalidad de la teoría y la ideología socialista como instrumento de lucha de la clase trabajadora. Cuando hablamos de una “fusión” entre el movimiento obrero y la “inteligenzia” marxista estamos diciendo al mismo tiempo con el Lenin del Que Hacer que no son lo mismo uno que otro y que en realidad pocas veces en los últimos 150 años ellos lograron esa fusión revolucionaria que dio origen al partido Bolchevique y a la III Internacional, demostrando que no nacen espontáneamente uno del otro y que tienen tiempos y métodos de construcción distintos. El que hoy crea que la tarea de los revolucionarios se reduce a “luchar contra los traidores” con un “programa de acción” y planteando una “coordinadora” está equivocado y es un pobre marxista, y lamentablemente la dirección del PTS se está deslizando hacia ese reduccionismo caricaturesco. ¿Qué elementos impiden a las masas bajo condiciones cada vez más agudas, por los sufrimientos y las desigualdades exacerbadas, desatar una feroz lucha de clases y sobrepasar a los dirigentes traidores? ¿Pueden ser los aparatos más poderosos que las tendencias revolucionarias inscriptas en la propia realidad del capitalismo imperialista? Aunque no tengamos todas las respuestas a éstas preguntas y no podamos aquí desarrollarlas, sin embargo tenemos por la negativa un veredicto provisorio: no es posible reducir, más allá de todo tiempo y lugar, la incapacidad de la clase trabajadora para sobreponerse a las dificultades que se le presentan a la crisis de dirección revolucionaria directa. En todo caso ésta crisis de dirección no cae del cielo y debe tener alguna conexión con la estructura capitalista, el movimiento, la historia y la dinámica de las clases y el proceso real de apropiación de una conciencia revolucionaria, elementos que no son reductibles a la idea de una revuelta siempre frenada y una clase siempre traicionada. Si sólo pensamos en la política como el arte de destrabar las energías revolucionarias de las masas atrapadas en las permanentes traiciones de las direcciones reformistas, entonces la solidez de dichas burocracias obreras sólo puede entenderse como una dominación sostenida en la coacción y la corrupción directa, sin otros aditamentos ni mediaciones, sin ninguna hegemonía. Y en realidad una sociedad estructurada de esa manera sería demasiado débil, demasiado frágil en sus fundamentos para sostenerse. Esa no es la realidad del capitalismo contemporáneo. En fin, parece no disminuir, en el siglo XXI la importancia estratégica que dejan las enseñanzas de Lenin sobre la actividad insustituible del partido revolucionario y la tarea de sostener la actividad del partido en las masas en una sólida teoría revolucionaria. Sería de un pobreza extrema estudiar la realidad del capitalismo pensando en que su dominación se basa exclusivamente en el freno que alcanzan a imponer las burocracias obreras frente a sus bases.

El Programa de acción no puede sustituir la lucha política e ideológica por restaurar la idea del socialismo revolucionario

El PTS estructuró la política partidaria hacia las masas mediante un “sistema” de consignas transicionales que partiendo de las demandas mínimas que tienen vigencia se elevan a la lucha política estatal. Son los principios básicos metodológicos del programa de transición de Trotsky del año 1938. No es una novedad del PTS. En general las corrientes revolucionarias estructuran dichas demandas transicionales, mejor o peor, pero basados en el mismo método. Y es correcto. Sin embargo varias corrientes revolucionarias, basadas en el hecho de que muchas demandas son o incompatibles o, mejor dicho, solo pueden ser alcanzadas mediante una acción revolucionaria de masas, sacaron la conclusión de que éstas son “objetivamente socialistas”. Así el POUM español entró al gobierno del Frente Popular apoyándose en esta premisa falsa y objetivista. Nahuel Moreno en la misma tesitura creyó que “la realidad era más trotskista que el Trotskismo” porque direcciones estalinistas y/o pequeño burguesas habían logrado tomar el poder producto de la fuerza irresistible del proceso permanentista. El PTS nunca pudo conjurar el peligro objetivista. De hecho las consignas y demandas para un programa de acción inmediato corren el peligro, en manos de un objetivista, de suplantar por el programa de acción, la tarea de forjar una sólida base ideológica de las capas avanzadas de la clase trabajadora, y esto presupone naturalmente una lucha contra la colaboración de clases y el reformismo. En un país en donde la clase trabajadora no ha logrado desprenderse del caudillismo peronista, de las concepciones bonapartistas y autoritarias, paternalistas y sindicalistas, por decir algunas características sobresalientes, el programa de acción, encomendando a la naturaleza “objetivamente” transicional de la lucha de clases, tiene el peligro de sustituir la creación de una nueva ideología y un nuevo programa de carácter histórico para la clase obrera. Para el PTS el programa de acción y la lucha contra las direcciones sindicales son toda la ciencia de la formación de un partido. Su estructura conceptual se reduce a un programa de acción y una coordinadora. Pero incluso allí donde sea posible superar a la burocracia sindical en procesos de lucha reivindicativos, no necesariamente se está forjando con ello una conciencia socialista. Ninguna lucha sindical, por más radicalizada y democrática que sea en sus métodos conduce “objetivamente” a una conciencia socialista. Lo vimos incluso en las fábricas gestionadas por sus trabajadores, lo vimos en las luchas estudiantiles radicalizadas como las de la UNAM o algunos conflictos en las universidades argentinas. En la UNAM de hecho quienes dirigían el proceso eran corrientes maoístas y autonomistas, más solidarias con el Zapatismo que el marxismo. Cuando el PTS cree que la razón de ser de los revolucionarios y la marca de “superioridad” sobre otras corrientes es la participación con un “programa de acción” en estos procesos nos está diciendo mucho de su concepción vanguardista y espontaneísta antileninista. Y concepciones de este tipo no pueden ser contrarrestadas por apelaciones morales a que los militantes le den importancia al reclutamiento de nuevos miembros partidarios o a que lleven simpatizantes a los actos y marchas. La subestimación del rol político e ideológico del partido no puede ser suplantada por un falso centralismo, ni por apelaciones morales, ni por un patriotismo partidario artificial y de secta. Sólo es posible superar ese activismo antipolítico y antipartidario modificando de raíz las concepciones políticas de fondo. Pero la dirección del PTS tomó el rumbo opuesto. La influencia que posee hoy en la vanguardia de lucha el autonomismo no la consiguió por la participación “directa” en esas luchas, sino porque ofreció un conjunto de ideas que elevaban a concepción ideológica lo que ya estaba presente en el sentido común del momento como derivación del derrumbe del estalinismo. En ese sentido el autonomismo y el semi anarquismo antipartidario navega sobre la ola del momento. ¿Es posible sustraerse a esa lucha ideológica y sustituirla simplemente por la acción directa? Sin intervención directa en la lucha de clases no hay partido de combate. Pero sin la necesaria lucha política e ideológica, ¿hay partido leninista? Pensar en una corriente hegemónica es pensar al mismo tiempo en una corriente de ideas, cuyos pilares no surgen automáticamente de la lucha ni de la acción, ni siquiera del procesamiento de ésta experiencia. Abandonar la lógica del programa transicional puede llevar peligrosamente a sufrir una regresión hacia el programa mínimo autonomizado de la tarea socialista de la lucha por la dictadura del proletariado. Pero una lógica cruzada por el objetivismo transicional conduce muy probablemente al sindicalismo combativo, pero no al socialismo revolucionario. Es verdad que “el arte de la consigna es un arte del momento favorable” y por eso la lógica del programa de transición se vuelve vital en períodos revolucionarios. Pero en las circunstancias de una enorme crisis de subjetividad puede hacernos olvidar que detrás de una consigna justa el bolchevismo poseía un ejército de obreros revolucionarios que habían pasado por la escuela del marxismo y que habían formado parte y fueron educados en las más variadas formas de la lucha revolucionaria guiadas por una sólida teoría. El PTS viene sufriendo este dualismo entre la apuesta a la lucha de clases transicional y la “educación comunista” que pretende conjurar mediante cursos internos del partido. La propia práctica del PTS está recorrida por las concepciones semi espntaneístas y “luchadoras”. Por eso las crisis partidarias se vuelven cíclicas, y se regresa siempre a la idea de realizar “propaganda comunista” interna, o bien de reafirmar, mediante actos y afiches, es decir mediante presencia pública, la existencia del partido, ya que ésta no surge necesariamente de la actividad práctica de los militantes.

5 - Centrismo y Cuarta Internacional

En los textos que siguen se podrá leer todas las propuestas que realizamos a la Conferencia de la Fracción Trotskista (FT) expresadas en resoluciones, en la Plataforma y en el Balance de la misma. El centro del planteo era una política ofensiva por la reconstrucción de la IV internacional hacia el movimiento trotskista planteando una Conferencia Mundial Abierta, una especie de parlamento revolucionario e internacionalista que pueda poner de relieve las importantes divergencias que hoy existen entre las más diversas corrientes y someterla a la prueba de la lucha de clases. Con este planteo pretendíamos adoptar una actitud militante, activa en las actuales condiciones políticas mundiales, que para nosotros son aún preparatorias de los grandes eventos revolucionarios, los únicos que podrán alumbrar el nacimiento de una internacional revolucionaria con influencia de masas. Con esta propuesta no estamos ni escondiendo las importantes diferencias que hoy existen entre las corrientes ni intentamos transformar un regrupamiento internacional en un foro de debate. Se trataba de ir discutiendo y sometiendo a prueba nuestras diferencias al mismo tiempo que se encaraban tareas de acción inmediatas (la lucha contra la guerra imperialista en Irak es la primera) con otras corrientes revolucionarias. Esta internacional excluía por anticipado a las corrientes más oportunistas que hoy tienen ministros en un gobierno burgués, como Miguel Rosseto de Democracia Socialista (DS) en el gabinete de Lula. Esta propuesta fue tildada de “diluir” las fronteras con el centrismo, incluso de querer la “unidad” de los Trotskistas. En realidad pretendemos dicha unidad para sostener tareas revolucionarias en el campo de la política, los sindicatos, la difusión del marxismo y otras tantas tareas, en las que se pueda lograr acuerdos. Parece que la “unidad de los trotskistas” es una “mala palabra”. Y sin embargo podríamos alcanzar acuerdos parciales que ayudarían a adoptar mediadas progresivas a nivel internacional. El requisito es una clara delimitación teórica y programática respecto a todas las divergencias que pudieran existir. En otro plano planteamos también la necesidad de tener una táctica política para agrupar a aquellas organizaciones juveniles que se pronuncien contra el capitalismo, el imperialismo y sus gobiernos, como aquí en América Latina. Por eso hemos planteado la convocatoria a una Conferencia Juvenil Anticapitalista Latinoamericana, y por más diferencias que podamos tener por ejemplo con el PSTU, sería un paso adelante si pudiéramos dar batalla juntos en el Foro Social Mundial que se realizará en enero próximo frente a los reformistas y populistas del continente. Un agrupamiento de este tipo favorecería reunir a sectores juveniles que hoy rompen con el PT de Lula o desconfían de la demagogia nacionalista de muchos gobiernos y partidos latinoamericanos y lanzar un movimiento anticapitalista y antiimperialista en nuestro país. Por otra parte se nos ha dicho que para proponer algo así, se necesitaría una situación revolucionaria. Pero eso es un completo objetivismo, una espera pasiva a que se desarrollen los acontecimientos. Y en efecto ese es uno de los núcleos que afectan la política del PTS. Porque ante todos nuestros planteos, ellos insistieron en que la vía para la reconstrucción de la cuarta internacional es la de confluir con alas izquierdas en base a “test ácidos” de la lucha de clases. Pero test ácidos como los definidos por el manifiesto programático del ’98 como la lucha de clases en Ecuador, Albania, Yugoslavia, Francia y Argentina, puede servir como una delimitación para construir una tendencia propia, pero es imposible que surja de allí un planteo serio para reconstruir la cuarta internacional. De hecho Trotsky planteó test ácidos de una envergadura mundial, que separaban definitivamente a la reforma de la revolución, como la lucha contra el fascismo en Alemania, la revolución China, la lucha contra el Estalinismo. Como se ve ninguno de los hechos de la lucha de clases actuales pueden servir como test ácidos comparables. En definitiva no sólo es improbable que una nueva internacional revolucionaria surja de los “test ácidos” que propone una tendencia muy pequeña de la cuarta internacional, sino que el PTS y la FT al plantearse el problema de esta manera en realidad vuelven a la misma política de siempre, abandonar cualquier planteo serio y real por la reconstrucción de la cuarta internacional y confundirla con el desarrollo de su propia corriente. En los hechos el de Conferencia de los cuartistas en Bs. As. no era más que una maniobra ante la convocatoria hecha previamente por el PO, lo que ellos llaman la “lucha contra el centrismo”. Pero un planteo para reconstruir la cuarta internacional no puede estar sujeto a las necesidades de un pequeño grupo en su disputa con otro. Se requiere de un planteo objetivo por el que hay que trabajar, aunque todavía estemos en una etapa preparatoria. Que a la dirección del PTS no tiene interés en tener una política activa por la reconstrucción de la cuarta y que los lamentos de que “estamos atrasados con respecto al planteo de la cuarta” eran de ocasión lo demuestra el hecho de que las alternativas que se contrapusieron a nuestras propuestas no sólo no prosperaron sino que ni siquiera se mencionan. Tal es el caso de las discusiones con el CRCI -Coordinadora por la reconstrucción de la Cuarta Internacional- (agrupamiento internacional que impulsa el PO de Argentina y Progetto Comunista de Italia entre otros) o un supuesto Comité Paritario con el PRS (Partido de la Revolución Socialista) de Argentina. Así se denunciaba que el PO encubre su “nacional trotskismo” con la Conferencia de Bs. As., mientras que los internacionalistas del PTS no quieren ni siquiera plantear una sola medida concreta para avanzar en la reconstrucción de la cuarta internacional. A menos que ellos crean que sólo puede avanzarse en la medida que todos se afilien a su propia tendencia. En este campo bajo la excusa de que no hay “centrismo progresivo” y que sólo lo habrá cuando “entremos en una situación revolucionaria” se esconde la pasividad y la autoproclamación. El planteo de la reconstrucción de la cuarta internacional desapareció literalmente de la boca de sus dirigentes. En el acto que acaban de realizar, apenas poco más de dos meses luego de nuestro alejamiento del partido, Christian Castillo, que se refirió a la política internacional no mencionó ninguna tarea ni algún planteo que haga de la lucha por la reconstrucción de la cuarta internacional un planteo popular y sentido por la vanguardia obrera. Se la pasó describiendo las luchas que hay en varios países y la recomposición de la clase obrera, pero no dijo una sola palabra de la dirección revolucionaria que necesitan esas masas obreras. Sólo destacó que esas luchas son “la base para poner en pie una corriente revolucionaria a nivel internacional”, refiriéndose obviamente a la pequeña tendencia del PTS. A esta altura hay ya algunos elementos sobre la mesa para poder distinguir si en realidad nuestro planteo les cedía a los oportunistas, o la dirección mayoritaria no tiene la reconstrucción de la cuarta... ni siquiera para los días de fiesta. Si queremos “diluir las fronteras con el centrismo” o en realidad se usa el término “centrista” para crear en la militancia del partido la idea que todo lo que no está en el PTS no es revolucionario ni digno de atención. En fin hay elementos suficientes para distinguir si considerarse los 500 únicos revolucionarios en el mundo, mientras todos los demás no son más que unos centristas rematados, sirve para algo más que para mantener una moral y un espíritu de secta. En el PTS se ha reforzado una concepción de la predestinación religiosa, calvinista, de ser ellos los elegidos, de poseer el privilegio de ser los únicos revolucionarios del mundo. Una especie de “partido elegido” en versión laica. Esta profecía es marcada en la nueva historia oficial de la ruptura con el MAS del ’88. Cuando sostuvimos que nuestra ruptura en el ’88 fue empírica, que nos separamos del MAS sobre todo por cuestiones de método y diferencias políticas de coyuntura pero no teníamos un programa alternativo, o que durante mucho tiempo nos definíamos como “Morenistas de izquierda”, la dirección del PTS respondió que al revés habíamos roto por diferencias estratégicas. Es verdad que existían esas diferencias, pero en absoluto constituían una alternativa real, eran sólo intuiciones. Tanto es así que la lucha fraccional que ya estaba decidida de antemano como fracción secreta entre dos miembros del CC y la dirección universitaria, comenzó por criticar la inexistencia de un marco internacional y en rechazar cuestiones menores. Con esto queremos decir simplemente que su propia teoría del centrismo cuasi petrificado y de que corrientes centristas pueden evolucionar sólo como producto de luchas revolucionarias no concuerda con el análisis del mismo PTS, ya que la ruptura se realizó en forma empírica, sin ascenso de la lucha de clases y sin embargo de esas batallas políticas nació el PTS de los últimos años, con todas los elementos positivos y superadores del morenismo que posee, superación que recién realizó tortuosamente 5 años después de la ruptura. En los documentos internos que presentamos a continuación, polemizamos con la utilización de la categoría de centrismo que hace el PTS. Uno de nuestros planteos es que el fenómeno del centrismo, por su propia definición, es coyuntural, dinámico, y no cristalizado. En realidad habría que redefinir la categoría de centrismo para volverla útil en el análisis marxista, sobre todo en un ciclo histórico que ya lleva más de 30 años sin revoluciones.

6 - Sobre el régimen de partido en el PTS

Desde que comenzó el debate interno, la cuestión del régimen de partido ha estado en el centro de la polémica en los Comités Centrales. Un grupo de compañeros de Ameghino y Junín también lo habían puesto en consideración, aunque divorciado de los graves problemas políticos y teóricos del PTS. Una liga de propaganda que cree ser el reducto de la revolución a escala planetaria y que considera con desprecio a todas las demás corrientes revolucionarias es inevitable que tienda a reproducir la misma lógica al interior del régimen partidario. Para la secta lo fundamental es siempre preservar el aparato. Por eso cualquier cuestionamiento serio al interior de la militancia se vuelve sospechosa de ser destructiva e incluso siempre manipulada por alguna corriente política externa. Por eso en toda la historia del PTS ningún grupo interno, sean liquidadores u oportunistas, sectarios o vanguardistas, sean lo que sean, logró mantenerse en el partido por más de dos o tres meses. Toda lucha interna terminó en ruptura. ¿Por qué? Sencillamente porque su régimen partidario es personalista-bonapartista y profundamente antileninista.

El funcionamiento del Comité Central

En el “Balance interno sobre cómo sucedieron los hechos” aparecida en la circular 156 del 2 de mayo, se sostiene que “hace años incorporamos el método -inédito en la mayoría de los grupos trotskistas de Yalta- de que hubiera “fundamentos de voto” de los miembros del CC que pudieran ser publicados para el conjunto del partido en las circulares internas”. Todos los militantes saben perfectamente que esto es una mentira garrafal. Nunca existieron actas del CC ni “fundamentos de votos”, sencillamente porque en el CC del PTS no se votó jamás. La dirección del partido tendría que mostrar las votaciones por mayoría y minoría del CC. Sencillamente no existen. Mucho menos “fundamentos” de esos votos fantasmas ni actas de las reuniones. Que recordemos hay sólo “aportes” a un documento del año 2002 del mes de marzo, en la circular 89. Nada más. En realidad jamás se manifiestan en la dirección minorías circunstanciales. Mucho menos permanentes. Toda votación de importancia se realiza por “unanimidad”. Cuando existen diferencias, -lo hemos presenciados decenas de veces- el CC no termina hasta que el -o eventualmente los integrantes “rebeldes”- aceptan que están equivocados. Termina todo nuevamente por “unanimidad”. Cuando algún irreductible mantiene su posición minoritaria entonces se dice que “el CC estalló” porque en el medio se suceden decenas de intervenciones a los gritos contra la disidencia. La diferencia con el método leninista, en donde las diferencias políticas se expresaban constantemente, los realineamientos circunstanciales y aún los más permanentes tenían sus opiniones en la prensa partidaria, son abismales. No es que en la dirección del PTS no haya opiniones diferentes. Existen algunas diferencias. Sólo que se mantienen en el silencio, como opiniones de ocasión, o en la mayoría de los casos, cada integrante sigue su curso político con sus propias opiniones. Nadie impide que se plantee lo que sea. Formalmente el método es democrático. Pero plantearse como minoría trae consecuencias políticas severas. Un mal momento y el aislamiento si son diferencias pequeñas. El aislamiento total y una lucha fraccional si se cuestiona algo serio de la política del principal dirigente. El CC del PTS no posee actas. En este sentido su práctica no tiene nada que ver con el partido de Lenin. Lo peor es que hoy en día la realización de un acta es mucho más fácil y operativa que en las épocas de Lenin: simplemente hay que apretar una tecla para grabar las reuniones. Pero en el PTS no existen registros de las reuniones del CC, nadie puede invocar tal o cual reunión o tal o cual dicho porque sencillamente no hay evidencia. Así la mayoría circunstancial es dueña de la verdad. Sin agrupamientos en el CC, sin tendencias ni corrientes internas que duren más de 3 meses dentro del partido, sin cuestionamientos a su máximo líder que no terminen en ruptura, sin choque de oposiciones incluso ocasionales en la dirección, sin votaciones por mayoría y minoría en ningún CC durante años y años, sin actas que reflejen las discusiones y sin un estatuto que regule la actividad partidaria y ponga algún límite a los exabruptos de una mayoría circunstancial. ¿Qué tiene que ver este régimen de partido con el espíritu y la práctica de un verdadero partido leninista?

Democracia partidaria

La dirección mayoritaria respondió a nuestras acusaciones sosteniendo que si ellos son democráticos en Zanon, deben serlo también al interior del partido. “(...) Es el reflejo interno de un aspecto programático fundamental: la defensa incondicional de la democracia obrera, de la libertad de tendencias en todas las organizaciones de masas y por ende, también en un partido revolucionario. (...) en Zanon bajo gestión obrera, donde el Secretario General del Sindicato Ceramista es dirigente de nuestro partido y donde tenemos responsabilidad fundamental, la asamblea es absolutamente soberana y la libertad de tendencias que apoyen la lucha es plena. (...)” Sin embargo una cosa no resuelve automáticamente la otra. En realidad un partido revolucionario que tiene un papel dirigente en la clase trabajadora está sometido permanentemente a prueba y control por esa misma clase. De hecho el PTS tuvo que retroceder y perdió varias votaciones en Zanon, entre ellas algunas referidas a las candidaturas electorales. De hecho el PTS se vio en la obligación de actuar de tal forma que los trabajadores sientan que no se les impone nada. Nada de esto sucede al interior de la organización, donde los dirigentes tienen total impunidad para imponer lo que se quiera. Y cuando se crea un conflicto los que deben retroceder no son precisamente los dirigentes. El viejo MAS, lleno de trabajadores y de responsabilidades en sindicatos e internas era formalmente muy democrático en sus procedimientos. El MAS realizaba asambleas y tomaba la decisiones de ir a conflictos o paros discutiendo con toda la base. Sin embargo la historia reveló que el MAS en el ’88 no pasó la prueba de la lucha interna, como no lo había hecho tampoco en el año ’83 respecto de la Tendencia Convocatoria. Pretender que la dirección del PTS preserva procedimientos democráticos al interior de su organización porque en Zanon el sindicato, dirigido entre ellos y los independientes, es democrático, es engañar concientemente a los militantes. El régimen democrático de partido posee otras leyes y otros mecanismos que deben ser discutidos y practicados conscientemente, y deben ser lo suficientemente flexibles para ser adaptados de acuerdo a las circunstancias de la lucha de clases. Mostrar como un “mérito” que sería “inédito en el trotskismo de Yalta” que el PTS deje formar tendencias o grupos internos “sin que haya un congreso de por medio”, cuando no existe ningún problema de legalidad, muestra hasta qué punto estamos lejos de un verdadero régimen democrático de partido. Por otro lado lo “inédito” en el Trotskismo es que un grupo no haya tenido nunca una corriente interna que le dure más de 3 meses. Nunca se formó una tendencia o grupo interno “fuera de período de congreso” que hoy, sencillamente, no esté fuera del partido.

Fraccionamiento sin bases políticas, la mentira de la fracción secreta

Como todo cuestionamiento serio a la lógica del partido, un planteo que cuestione el balance y la política de la máxima dirección comienza a ser sospechoso de “destruir” al partido. Pero si lo que prima es que un grupo interno quiere “destruir al partido” o “desprestigiar a la dirección” lo que importa no son los argumentos, no es el intercambio de opiniones y el choque de ideas, sino la “lucha de fracciones”, como derivación de la “lucha de partidos”. Para eso lo importante es pensar en no dejar flancos abiertos, pensar la estrategia para derrotar al enemigo, buscar sus puntos débiles, en fin, ya no se trata de una discrepancia interna entre revolucionarios sino la lucha de poder con corrientes enemigas. El argumento fundamental para desprestigiar a una corriente interna es que se “reúne secretamente” y ya hemos mostrado, en nuestra carta de ruptura, cómo se inventó la existencia de una fracción secreta para aislarnos de la base del partido. Era más que evidente que teníamos posiciones distintas y que la discutíamos con todos los que podíamos para convencer de nuestras posiciones. Pero eso no significaba ninguna fracción secreta ni mucho menos, porque no existía ninguna disciplina de fracción ni nada por el estilo. En realidad, desde el punto de vista del método de la mayoría, discutir con alguien nuestras posiciones era fraccionalismo. En el Balance interno sobre cómo sucedieron los hechos la mayoría sostiene que se empezaron a realizar actas no para sancionarnos (se hubieran desenmascarado brutalmente), sino para “poner las cosas por escrito” para que “los compañeros pudieran defenderse”. Pero cómo podíamos defendernos si ni siquiera sabíamos de la existencia de esas actas, que eran utilizadas para pasarlas por abajo para “fraccionar” a la base del partido diciendo que éramos una fracción secreta. La realidad de las actas fue bochornosa y constituye un verdadero papelón para Emilio Albamonte y la dirección del partido. Se realizaron actas a compañeros con 2 o 3 meses de partido, donde se los apretaba a que escribieran que “me dijo que está en contra” o que “me junté con tal y eso es fraccionalista”. Estas actas no pueden más que avergonzar a quienes las promovieron. Por eso ya no importaban los argumentos, por eso era irrespirable el clima interno. Es curioso, porque al final de cuentas la minoría no podía tener citas y discutir con nadie, pero la mayoría tenía un órgano fraccional extraordinario para transmitir su línea en forma oral sin que esto quede documentado: el mismo Comité Central. Allí Emilio Albamonte llegó a decir cosas tan inverosímiles como que los estatales habían luchado en los años ’80 pero que eso era cosa del pasado, anunció varias veces la desaparición del movimiento piquetero, denunció que los estudiantes de la UBA y la UNLP eran una cloaca pequeño burguesa, sostuvo que si no se hacía una cita con él para discutir se era “liquidacionista del partido” haciendo una identidad temeraria entre el líder y el partido que hubiera asustado a muchos dirigentes y muchas otras cosas de este tenor , pero claro, no hay actas oficiales, sólo la versión de la minoría. No hay forma de constatar todas las brutalidades fraccionalistas que se volcaron allí. Pero invariablemente todas esas definiciones bajaban a los cuadros y a la base sin nada escrito. Para colmo en su Balance se dan el lujo de sostener descaradamente, como tomándole el pelo a los militantes que “la decisión de no tomar sanciones ante el -para nosotros- cada vez más evidente funcionamiento fraccional de los compañeros, no puede ser norma en un grupo que intenta convertirse en un partido leninista de combate con inserción en sectores de la vanguardia obrera y estudiantil...”. Evidentemente tenemos un concepto muy distinto de lo que es un partido leninista de combate.

En el CC “no puede haber centristas”

En el PTS la lucha interna se la entiende como una extensión de la lucha de clases. Esto nos remite en su exceso a la versión caricaturesca de los maoístas, que veían en cada oposición interna alguna expresión de alguna clase no proletaria. No por casualidad, cuando comenzó la lucha interna la dirección del PTS “recomendaba” leer “En defensa del Marxismo”, para ver la lucha por un partido proletario y contra las “tendencias pequeño burguesas”, descalificando por anticipado a la oposición. Por eso se conmina a los dirigentes y cuadros a “no ser centristas” igual que en la lucha de clases (recuerden la “lucha de partidos”) en la lucha interna y en consecuencia muchos cuadros y dirigentes, más papistas que el papa, cumplían un papel descontrolado contra la minoría. De hecho, ya en otras ocasiones se “medía” a los dirigentes por su papel en la lucha interna. Había izquierdas, derechas, centristas. De esta forma se evitaba que alguien que no concordaba con nuestras posiciones saliera en defensa de un régimen partidario sano. Hacerlo implicaba ser un “ala derecha”. Si existía una “ala izquierda” fuerte, es decir, si había suficientes gritones que se tiraban contra la minoría, entonces Albamonte podía ser el “intermediario” y “componer la situación”, cuando era él quien la creaba. En el CC una serie de dirigentes sufrieron las consecuencias de ser “centristas” por haber leído el documento de balance de la minoría que se publicó en la circular 143 cuando se estaba elaborando y haber opinado al respecto. Para que en la lucha contra la minoría no haya “centristas”, los documentos de respuesta son invariablemente firmados por todo el CC. Las respuestas a las posiciones de la minoría no eran documentos de tal o cual dirigente o militante. No. Eran las posiciones de los 27 miembros restantes. Así se podía “cerrar filas” y mostrarle a la militancia que en la cúpula había unidad contra la minoría. Todos saben que eso era falso, porque ni siquiera se pusieron de acuerdo en el balance sobre el estancamiento. La “unidad” en los documentos de respuesta era un chantaje a todos los miembros del CC: o con la minoría o con Albamonte. No hay tercera posición. Había sucedido lo mismo con la corriente interna del ’98. La respuesta central a esa minoría fue un documento con firma “ómnibus”. ¿Cuándo se harán cargo individualmente los dirigentes del CC del PTS de polemizar y de levantar posiciones independientes? Era tan formal la firma del documento de respuesta que una vez escrito fue sometido a discusión en una reunión del CC sin la minoría durante dos horas. ¿Alguien se imagina que un procedimiento así puede ser aceptado en el partido de Lenin? Los dirigentes del partido bolchevique ¿hubieran aceptado votar a libro cerrado lo que escribió otro dirigente para “cerrar filas” ante una pequeña minoría del CC? En la concepción de Albamonte cualquier “lucha interna” es parte de la lucha de clases. Pero esto depende de qué organización se esté hablando. En un grupo de propaganda puede llegar a serlo en un sentido muy indirecto y no mecánicamente. En esa concepción cualquier debate político de importancia debe expresar, naturalmente, alguna “desviación” del “curso revolucionario” y “proletario” del PTS y su dirección. Por eso apenas comenzó la lucha se empezó a hablar de los peligros de degeneración pequeño burguesa. En realidad lo que sucedía era que muchos compañeros de la juventud y militantes de la universidad acordaban con posiciones de la minoría. Eso era suficiente para empezar la “caza” de los “pequeño burgueses” que “oprimían” a “los obreros”. Es curioso que la base militante del partido, que se había jugado por los conflictos obreros y por construir el partido era ahora tildada de “oprimir” a los obreros. Los dirigentes que nunca se equivocan, que no aceptan críticas, y que jamás tuvieron una votación por mayoría o minoría en el CC ni tienen actas... acusan a la base y a la juventud de “oprimir a los obreros”. En realidad, la demagogia obrerista encubría un régimen burocrático de partido y la resistencia más absoluta a aceptar los propios errores que en este caso señalaba la minoría. Quizá no haya sido, después de todo, extraño que la mayor parte de los integrantes de la minoría fueran jóvenes, críticos de todo burocratismo, sensibles a los nuevos fenómenos políticos y menos conservadores intelectualmente y en su práctica militante que muchos cuadros demasiado acostumbrados a los viejos métodos de secta y a las formas tan personales que tienen las relaciones partidarias en el régimen interno del PTS.

Apelaciones morales y problemas de dirección

Antes, cuando recién comenzaba la lucha interna, en el documento preparatorio a la conferencia de marzo (circular 139) se decía que el problema fundamental del estancamiento era su dirección. Parecía que estábamos en el buen camino: fallaba la política, la estrategia o las concepciones teóricas de la dirección. Pero la respuesta fue sorprendente: no fallaba nada de eso, sino la “voluntad”, la “moral”, la “ubicación” de la dirección, o mejor dicho de un sector de la dirección. En dicho documento se sostenía que, salvo el trabajo político de Neuquén (en el que participaba Albamonte), todo lo demás carecía de una dirección que actúe como “cerebro colectivo”. No se trataba de ninguna desviación política, de ningún problema de orientación. Se trataba de que la dirección “tiene que pegar un salto”, “avanzar en el profesionalismo”, formar “nuevos polos de dirección”. Pero ninguna dirección puede remontarse sobre la orientación, la política, las concepciones y la teoría que se defiende. Habiéndose negado a ningún balance serio, lo que queda son apelaciones morales a “pegar un salto” como dirigentes, como si los cuadros de la dirección del PTS que son abnegados y militan full time para el partido pudieran dar ese salto como por arte de magia, por la acción de la buena voluntad. Es muy común en muchos grupos sectarios que la moral reemplace lo que orientaciones incapaces de acercarse a las masas no logran hacer. Así la idea de la “voluntad” individual y la “moral partidaria” para captar más militantes o para tener nueva periferia son las que predominan en núcleos de este tipo. Así siempre se termina hablando de “la moral defensiva” que toda la militancia tiene “en el terreno de la construcción”. El resultado es la misma práctica sectaria y activista, pero ahora con el agregado de hacerse autobombo de todo, para no ser “defensivos”. Pero ¿es posible que esa moral defensiva surja de la nada, sea metafísica, no tenga nada que ver con las concepciones sectarias y vanguardistas, que esté desligada del conjunto de la política que se adopta? Parecería haber aquí también un nuevo desliz idealista que despolitiza el debate, porque no se cuestionan los fundamentos mismos de la actividad partidaria, que se reduce a una técnica y a una voluntad de llevar a delante las tareas y responsabilidades. Como toda apelación moral es profundamente idealista y sienta bases militantes poco sólidas. En conclusión, el PTS no posee un régimen sano de partido. Ni en la dirección ni en los equipos. Los métodos de dirección mediante el sistema de relaciones personales, que en pequeños grupos muchas veces son inevitables, se transformaron en una norma sistemática. Toda oposición interna es vista como destructiva, sobre todo si cuestiona a su máximo dirigente y sus políticas y concepciones. La idea de ser los únicos revolucionarios predispone a la militancia al sectarismo más obtuso para con otras corrientes, militantes, dirigentes obreros o intelectuales que no son del partido. Crea una atmósfera artificial de un grupo de revolucionarios rodeados de “enormes peligros de degeneración” ante cada acuerdo o frente único con los demás, y crea un sistema permanente de reafirmación partidaria aparatística. En definitiva, la militancia del PTS debe encarar de frente esta discusión si quiere superar el estadio de secta y construir un partido de vanguardia genuino.

20 de julio 2004


No hay comentarios:

Publicar un comentario